La fiebre por correr

La fiebre por correr
Gorka Cabañas
Gorka Cabañas
Periodista y director de marketing y contenidos RUNNEA
Publicado el 10-02-2025

Hace poco más de una semana estaba en la cama, envuelto en sudores fríos y con la cabeza embotada por la gripe. Dos semanas de antibióticos, tos y fiebre, acompañado de un “no salgas a correr” rotundo que me decía mi médico. Y sin embargo, miro el calendario y me doy cuenta de que en apenas siete días tengo la Mitja Marató de Barcelona. ¿Qué hago? ¿Anular y quedarme en casa? ¿O lanzarme a la línea de salida con un cuerpo que aún no ha recuperado del todo?

La opción sensata sería bajarme del tren, ¿no? Un mes atrás habría suscrito esa lógica sin dudar. Pero ahora, aquí estoy, con un nudo en la garganta —y no solo por la tos— y preguntándome: ¿por qué mi cabeza me empuja a correr a pesar de que todo parece desaconsejarlo?

“Si te quedan secuelas de la gripe y el cuerpo no está al 100%, podrías recaer,” me advierte el médico, con su tono severo. Tiene toda la razón. Y, a la vez, me veo con el dorsal ya pagado (bueno no lo he pagado es una invitación de Brooks), con ese gusanillo de “no quiero perder la oportunidad” y con un entrenamiento previo que ha sido duro (antes de caer enfermo, llevaba muy buenas sensaciones). Además, la ilusión de pisar las calles de Barcelona, ese ambientazo que te pone la piel de gallina, me dice que, al menos, intente trotarla sin forzar.

Correr es un pacto raro entre la cordura y la emoción. En un extremo, tenemos el “no la líes, no seas burro, haz caso al médico.” En el otro, mi parte más irracional, la que se viste de dorsal y me empuja a la salida sin querer oír razones. No es que me sienta superhéroe, ni que pretenda hacer una marca espectacular. Simplemente, la idea de plantar la cara a la Mitja me seduce. “No pasa nada, la corro despacio, sin presión,” me digo. Pero sé que, en mi fuero interno, me conozco: ese gusanillo competitivo puede surgir en el km 10 y disparar mi respiración hasta límites que quizás mi cuerpo no tolere.

He intentado “negociar” con mi mente. Digo: “Vale, iremos a 5:30 o 5:45 min/km. No hay cronómetro, ni ansia de mejorar marca.” Y mi cabeza asiente, a regañadientes. He hecho un par de rodajes suaves post-resfriado: no he ido ni a 6 km, con tos, pulsaciones por las nubes, sintiendo que las piernas pesan. Sé que voy a sufrir, lo tengo clarísimo. Pero también sé que, en cada carrera, hay un momento —quizá en el km 15— donde el cuerpo deja de quejarse y la cabeza se concentra en la meta. A veces, eso me ha valido para renacer, incluso cuando había ya muy pocas fuerzas.

La fiebre por correr

El dilema es: ¿lo hago aun sabiendo que la lógica dice “mejor no”? ¿O cedo y me quedo en casa, arriesgándome a sentir que he malgastado todo el trabajo previo? Podría aplazar la “venganza” a otra media maratón en marzo o abril, pero la motivación es un animal caprichoso. Puede que, si me quedo en casa, me arrepienta más tarde. O igual me alegro de no haber forzado.

He visto a gente enferma correr maratones (no lo recomiendo, por cierto), con un tobillo dolorido, con un mes de entrenos nulos por lesión... y acababan la carrera. ¿Realmente es inteligente? Obviamente no. Pero corremos por razones que no siempre son lógicas. Nos mueven cosas profundas que el médico no puede diagnosticar. El maratón o la media no son solo kilómetros; son un pequeño triunfo personal contra la comodidad, la desgana o la inseguridad.

“No se trata de machacarte, sino de ser realista con el ritmo,” me repite Raúl Lozano, nuestro entrenador en RUNNEA. Me ve con esa mirada que mezcla compasión y complicidad. Sabe que voy a salir a correr sí o sí, y que su papel es minimizar el riesgo. Me sugiere un plan: calentar bien, hacer 2-3 km suaves para ver si el pecho y la respiración aguantan, y si veo que la tos no me deja, pues me retiro sin remordimientos.

Supongo que, al final, esa es la clave: escuchar al cuerpo y, si este grita “para”, obedecer. El dorsal, el dinero de la inscripción y la ilusión no deben cegarnos. Corremos para sentirnos vivos, no para poner en jaque nuestra salud. Voy a presentarme en la Mitja de Barcelona y veré cómo me responden las piernas y, sobre todo, el pecho. Si a mitad noto que el pulso se desboca, levantaré el pie o, en el peor de los casos, abandonaré sin remordimientos. ¿Va en contra de mi orgullo? Sí, pero también me recuerda que la verdadera hazaña no está en cruzar la meta a cualquier precio, sino en competir con inteligencia.

Entonces, ¿por qué nuestra cabeza nos dice que corramos? Porque correr se ha convertido en parte de nuestra identidad. Porque tras superar un bache, sentimos que me vuelve la confianza. Porque no queremos quedarnos con la duda de “¿y si sí?”. Y porque, siendo honesto, muchas veces correr en condiciones subóptimas me ha enseñado más sobre mí mismo que las carreras que hice estando al 100%.

Dejaré las marcas para otra ocasión. Esta vez, mi objetivo será terminar con dignidad, sin poner en peligro la salud, y con un punto de disfrute. Al cruzar la meta, si lo consigo, tal vez no esté exultante pero habré ganado la batalla mental a la pereza que intentó encadenarme al sofá estas dos semanas. Y a veces, de eso va el running: de ganarle batallas a la mente, más que a los cronómetros.

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Gorka Cabañas

Gorka Cabañas

Periodista y director de marketing y contenidos RUNNEA
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Director de contenidos en RUNNEA. Licenciado en ciencias de la información por la Universidad del Pais Vasco (2000). Especializado en material deportivo. Ha trabajado en El Mundo Deportivo, Grupo Vocento (El Correo) y colaborado para múltiples publicaciones deportivas especializadas. Runner popular 10k, 21k, maratón